Los vientos de agosto empezan a visitar a mi balcón a finales de julio.
Llevan hojas secas, restos de cometas, papel, basura.
Impulsan los pequeños aviones en el clasico aprendizaje de los pilotos en las mañanas de sábado.
Llevan la sábana blanca secándose al sol, ahora tan vivo en el cielo azul, lleno de los parapentes que vienen de la montaña.
Llevan el ladrido de los perros, el llanto de las crías recién destetadas.
Llevan la risa de los niños, la raza de los padres de los niños, el empujar de columpio en el parque.
Llevan palabras sanas y palabras vanas, la música del violín de Florentino Ariza a los oídos de la joven Fermina Daza.
Los vientos de agosto traen abrazos de abuela y galletas hechas por ella.
Llevan besos, nostalgia, abrazos de hijo, padre, madre, marido.
Llevan la falta de humedad en el aire, la sequedad del tiempo, la maldad del reloj.
Llevan las lágrimas, el dolor, el miedo, la impureza, la ira.
Y se pasan... y traen el olor de nuevo comienzo y la serenidad de la primavera en septiembre.