Me puse a llorar a penas he visto las montañas blancas que contrastaban con el cielo azul brillante de aquella tarde de febrero. Bajábamos suavemente, podía ver todos los detalles, y a penas el avión hizo el giro para alinearse con la pista y pude ver el mar azul al lejos.
Aterrizamos. Para mi deleite, todos los fingers estaban ocupados. Me encanta el aterrizaje en el mando a distancia, ya que todavía puedo sentir el viento en la pista que me mueve el alma. Un autobús vino a recogernos y, mientras tanto, fotografiaba las aletas azules de la aeronave. Me eché hacia atrás, buscando el mejor ángulo del sol, para tener la imagen perfecta del pájaro azul tan Cézanne y al mismo tiempo tan Santos Dumont. Mi corazón latía más y más fuerte, dejando el viento agradable tan pronto he subido al autobus de la empresa, hasta llegar al vestíbulo del aeropuerto.
Me iba tranquila y encantada, viendo las caras de las personas que hubieron completado ese paso. Algunos en la conexión, otros en su destino, como yo. Era interesante observar cada línea, cada expresión de alegría en la espera de la llegada. Altos, bajos, gordos, delgados, ojos redondos, ojos rasgados, verdes, negros, azules. Las voces, más agudas por la emoción, mezcladas con las listas de otros vuelos procedentes de muchas partes. Manos gesticulando sin cesar, contando los segundos para atravesar la puerta y un abrazo que las espera en el otro lado.
Me he erizado deliciosamente cuando encontré el signo escrito "Sao Paulo" en la cinta. Equipaje de todos los colores y todos los tamaños me pasaron y yo me sonreí un poco tonta. Incluso ahora, tan acostumbrada a la rutina en el aire, nunca dejé de sentirme encantada con todo el proceso de volar, me hace feliz hasta que vea las bolsas en la banda. Como había sido la última en salón, mi bolsa azul estaba entre las primeras. La tomé y la puse en el carro.
Crucé el vestíbulo y allí estaba él, con la camisa muy azul que le había dado en su cumpleaños, su corazón latiendo tan fuerte como el mío. Sonreía y estaba agitado sólo por lo que vio de mí a través de las vidrieras de la sala. Gesticulaba, casi saltando, con una rosa en las manos. Yo no podía muy bien definir sus ojos, pero de lo que estaba viendo, seguro que estaban llenos de lágrimas por tanta felicidad.
Esa camisa azul hizo que divagara pensamientos en el cielo que acababa de cruzar para quedarme con él, tan presente en las postales que cambiamos todos estos meses en que no estuvimos abrazados. Ese azul que nos acompañó todo el tiempo estuvo presente en cada detalle, cada verso, cada línea que se escribió. El azul estaba en su voz que me llamaba a las dos de la mañana, no importa la zona horaria, para que me dijera que quería a mí.
Azul que estaba en cada punto, cada párrafo, cada papel. Azul que estaba en el avión a que nosotros amábamos, en los caminos que nos condujeron, el mar que admirábamos, la música que escuchábamos. Azul que estaba en la tinta de la pluma con que escribió pequeñas notas que él me dejó de la última vez que nos abrazamos, azul que estaba en el color del vestido que usaba la primera vez que lo he visto.
Azul que estaba en cada paso que dábamos, en cada rostro que veíamos, en cada calle que caminábamos. Azul que estuvo en cada foto, cada sonrisa inmortalizada, cada lágrima echada, cada sollozo contenido. Ese azul tan intenso en aquella camisa de polo, vistiéndole el pecho y a los brazos que, dándome la bienvenida justo en el vidrio de color, se me estaban abiertos.
Me salí empujando al carro como loca y luego pasé la puerta de vidrio. Todo era un sueño que se volvió azul de nuevo en la realidad. Nos abrazamos con ternura y nos regalamos un beso azul.
* gracias a Omar Caselin por la revisión =)