A través de tu silencio veo tu mirada
De pasión, verdad y de besos amenos
Por voluntad de amar y ser amada
Es que te voy a echar de menos.
Ahora que te vas no puedo creer
Que toda mi vida lo que he buscado
Así se va y mi corazón late en saber
Todo lo que tengo estuvo acá a mi lado
Te quiero todo el tiempo y no sé cuando
Te vuelvo a ver y a tenerte en mis brazos
Porque toda mi vida me quedé esperando
Y a esperar yo sigo tu silencio escuchando
Quedarme con el recuerdo de tus abrazos
Sintiendote la piel a la mía se mezclando
La vida es un mingao
Gachas de avena, papilla, mingao, huañaca... cuando uno no tiene dientes y necesita comer.
sábado, 7 de maio de 2011
domingo, 24 de abril de 2011
Tra le dita
Es entre los dedos que tengo tu corazón.
Son docientos kilómetros que se vuelven en docientos nanómetros cuando pienso en tí. Te siento la boca deslizarme la piel y así te quiero todo el tiempo. Sueño contigo.
Verte sonreír es maravilloso. Estar contigo y escuchar tu risa es especial. Es único. Es la alegría de mi corazón.
Verte comer, escucharte el habla, las canziones que te salen de esa voz hermosa... todo eso es algo que no tiene explicación.
Es cuando vengo a tí que lo siento, es cuando te tengo en mis brazos que siento lo que es amor.
Verte dormir no tiene precio. Sentirte despertar es mágico. Estar en tus brazos me leva lejos, me deja loca, se me eriza el velo solo al verte a esperarme. Y me besas y me abrazas, y me tienes en tu cielo.
Te tengo entre los dedos. Eres deliciosamente mío.
Son docientos kilómetros que se vuelven en docientos nanómetros cuando pienso en tí. Te siento la boca deslizarme la piel y así te quiero todo el tiempo. Sueño contigo.
Verte sonreír es maravilloso. Estar contigo y escuchar tu risa es especial. Es único. Es la alegría de mi corazón.
Verte comer, escucharte el habla, las canziones que te salen de esa voz hermosa... todo eso es algo que no tiene explicación.
Es cuando vengo a tí que lo siento, es cuando te tengo en mis brazos que siento lo que es amor.
Verte dormir no tiene precio. Sentirte despertar es mágico. Estar en tus brazos me leva lejos, me deja loca, se me eriza el velo solo al verte a esperarme. Y me besas y me abrazas, y me tienes en tu cielo.
Te tengo entre los dedos. Eres deliciosamente mío.
terça-feira, 5 de abril de 2011
Buenos días, día lunes
Hoy es aquel día gris, de tránsito intenso y bocinas sin fin. Hoy es de estos días cuya sonrisa no está presente. Es un día tan gris que llega a punto de llamarse cenizas del domingo... ¡y como fue lindo el domingo!
El lunes. El día gris. El día ceniciento de la brasa del amor. Llueve, y parece que el agua cubre el carbón que me dió ayer el calor de un cuerpo.
Se me apaga la luz de un día lindo, y lo que me queda es esperar. Entonces me pongo una polera verde, que llene de esperanza mi ser. Que me llene de verdad y alegría.
Sigue el lunes gris y sin la luz del sol, que se me apagó porque hoy no tengo la sonrisa del cuerpo que estuvo conmigo el domingo.
Estoy sin él y le extraño. Le echo de menos. Y la distancia es lo que más me duele.
Ah, ¡día lunes! ¿Por que estás tan lejos del sábado? ¿Por que eres tan gris?
Que venga el fin de semana, que pueda teñir de verde no solo la polera sino mi alma. Y tener de nuevo en mis brazos y mi boca el cuerpo que me hace verdaderamente feliz.
Que te vayas, lunes.
terça-feira, 4 de janeiro de 2011
Un beso
- Hablamos. Besos.
- ¿Pero dónde son estos besos?
- Ya te los di. Son tuyos. Puedes elegir donde los quieras.
- ¿Pero dónde son estos besos?
- Ya te los di. Son tuyos. Puedes elegir donde los quieras.
domingo, 10 de outubro de 2010
Azul
Me puse a llorar a penas he visto las montañas blancas que contrastaban con el cielo azul brillante de aquella tarde de febrero. Bajábamos suavemente, podía ver todos los detalles, y a penas el avión hizo el giro para alinearse con la pista y pude ver el mar azul al lejos.
Aterrizamos. Para mi deleite, todos los fingers estaban ocupados. Me encanta el aterrizaje en el mando a distancia, ya que todavía puedo sentir el viento en la pista que me mueve el alma. Un autobús vino a recogernos y, mientras tanto, fotografiaba las aletas azules de la aeronave. Me eché hacia atrás, buscando el mejor ángulo del sol, para tener la imagen perfecta del pájaro azul tan Cézanne y al mismo tiempo tan Santos Dumont. Mi corazón latía más y más fuerte, dejando el viento agradable tan pronto he subido al autobus de la empresa, hasta llegar al vestíbulo del aeropuerto.
Me iba tranquila y encantada, viendo las caras de las personas que hubieron completado ese paso. Algunos en la conexión, otros en su destino, como yo. Era interesante observar cada línea, cada expresión de alegría en la espera de la llegada. Altos, bajos, gordos, delgados, ojos redondos, ojos rasgados, verdes, negros, azules. Las voces, más agudas por la emoción, mezcladas con las listas de otros vuelos procedentes de muchas partes. Manos gesticulando sin cesar, contando los segundos para atravesar la puerta y un abrazo que las espera en el otro lado.
Me he erizado deliciosamente cuando encontré el signo escrito "Sao Paulo" en la cinta. Equipaje de todos los colores y todos los tamaños me pasaron y yo me sonreí un poco tonta. Incluso ahora, tan acostumbrada a la rutina en el aire, nunca dejé de sentirme encantada con todo el proceso de volar, me hace feliz hasta que vea las bolsas en la banda. Como había sido la última en salón, mi bolsa azul estaba entre las primeras. La tomé y la puse en el carro.
Crucé el vestíbulo y allí estaba él, con la camisa muy azul que le había dado en su cumpleaños, su corazón latiendo tan fuerte como el mío. Sonreía y estaba agitado sólo por lo que vio de mí a través de las vidrieras de la sala. Gesticulaba, casi saltando, con una rosa en las manos. Yo no podía muy bien definir sus ojos, pero de lo que estaba viendo, seguro que estaban llenos de lágrimas por tanta felicidad.
Esa camisa azul hizo que divagara pensamientos en el cielo que acababa de cruzar para quedarme con él, tan presente en las postales que cambiamos todos estos meses en que no estuvimos abrazados. Ese azul que nos acompañó todo el tiempo estuvo presente en cada detalle, cada verso, cada línea que se escribió. El azul estaba en su voz que me llamaba a las dos de la mañana, no importa la zona horaria, para que me dijera que quería a mí.
Azul que estaba en cada punto, cada párrafo, cada papel. Azul que estaba en el avión a que nosotros amábamos, en los caminos que nos condujeron, el mar que admirábamos, la música que escuchábamos. Azul que estaba en la tinta de la pluma con que escribió pequeñas notas que él me dejó de la última vez que nos abrazamos, azul que estaba en el color del vestido que usaba la primera vez que lo he visto.
Azul que estaba en cada paso que dábamos, en cada rostro que veíamos, en cada calle que caminábamos. Azul que estuvo en cada foto, cada sonrisa inmortalizada, cada lágrima echada, cada sollozo contenido. Ese azul tan intenso en aquella camisa de polo, vistiéndole el pecho y a los brazos que, dándome la bienvenida justo en el vidrio de color, se me estaban abiertos.
Me salí empujando al carro como loca y luego pasé la puerta de vidrio. Todo era un sueño que se volvió azul de nuevo en la realidad. Nos abrazamos con ternura y nos regalamos un beso azul.
* gracias a Omar Caselin por la revisión =)
Aterrizamos. Para mi deleite, todos los fingers estaban ocupados. Me encanta el aterrizaje en el mando a distancia, ya que todavía puedo sentir el viento en la pista que me mueve el alma. Un autobús vino a recogernos y, mientras tanto, fotografiaba las aletas azules de la aeronave. Me eché hacia atrás, buscando el mejor ángulo del sol, para tener la imagen perfecta del pájaro azul tan Cézanne y al mismo tiempo tan Santos Dumont. Mi corazón latía más y más fuerte, dejando el viento agradable tan pronto he subido al autobus de la empresa, hasta llegar al vestíbulo del aeropuerto.
Me iba tranquila y encantada, viendo las caras de las personas que hubieron completado ese paso. Algunos en la conexión, otros en su destino, como yo. Era interesante observar cada línea, cada expresión de alegría en la espera de la llegada. Altos, bajos, gordos, delgados, ojos redondos, ojos rasgados, verdes, negros, azules. Las voces, más agudas por la emoción, mezcladas con las listas de otros vuelos procedentes de muchas partes. Manos gesticulando sin cesar, contando los segundos para atravesar la puerta y un abrazo que las espera en el otro lado.
Me he erizado deliciosamente cuando encontré el signo escrito "Sao Paulo" en la cinta. Equipaje de todos los colores y todos los tamaños me pasaron y yo me sonreí un poco tonta. Incluso ahora, tan acostumbrada a la rutina en el aire, nunca dejé de sentirme encantada con todo el proceso de volar, me hace feliz hasta que vea las bolsas en la banda. Como había sido la última en salón, mi bolsa azul estaba entre las primeras. La tomé y la puse en el carro.
Crucé el vestíbulo y allí estaba él, con la camisa muy azul que le había dado en su cumpleaños, su corazón latiendo tan fuerte como el mío. Sonreía y estaba agitado sólo por lo que vio de mí a través de las vidrieras de la sala. Gesticulaba, casi saltando, con una rosa en las manos. Yo no podía muy bien definir sus ojos, pero de lo que estaba viendo, seguro que estaban llenos de lágrimas por tanta felicidad.
Esa camisa azul hizo que divagara pensamientos en el cielo que acababa de cruzar para quedarme con él, tan presente en las postales que cambiamos todos estos meses en que no estuvimos abrazados. Ese azul que nos acompañó todo el tiempo estuvo presente en cada detalle, cada verso, cada línea que se escribió. El azul estaba en su voz que me llamaba a las dos de la mañana, no importa la zona horaria, para que me dijera que quería a mí.
Azul que estaba en cada punto, cada párrafo, cada papel. Azul que estaba en el avión a que nosotros amábamos, en los caminos que nos condujeron, el mar que admirábamos, la música que escuchábamos. Azul que estaba en la tinta de la pluma con que escribió pequeñas notas que él me dejó de la última vez que nos abrazamos, azul que estaba en el color del vestido que usaba la primera vez que lo he visto.
Azul que estaba en cada paso que dábamos, en cada rostro que veíamos, en cada calle que caminábamos. Azul que estuvo en cada foto, cada sonrisa inmortalizada, cada lágrima echada, cada sollozo contenido. Ese azul tan intenso en aquella camisa de polo, vistiéndole el pecho y a los brazos que, dándome la bienvenida justo en el vidrio de color, se me estaban abiertos.
Me salí empujando al carro como loca y luego pasé la puerta de vidrio. Todo era un sueño que se volvió azul de nuevo en la realidad. Nos abrazamos con ternura y nos regalamos un beso azul.
* gracias a Omar Caselin por la revisión =)
sexta-feira, 17 de setembro de 2010
Hojas sueltas
Amaneció en Bogotá. Un cielo muy azul, sin nubes, un típico miércoles de julio. Son las seis de la mañana. En la plaza de Bolívar, pocas personas, algunos que se ejercitan en la ciclovía. Los vendedores que llegan con sus frutas, y ahora llega el hombre de los globos. Un viento delicioso y gélido se hace presente, formando pequeños remolinos con trozitos de hojas de los pocos árboles cerca de la plaza. Palomas vuelan de un lado a otro, buscando cositas para comer.
Todos los días Carla iba sola a su trabajo. Empezaba su día así: salía de su casa, un apartamiento sencillo en el centro de la ciudad, seguía la Carrera 9 y cruzaba la plaza hacia la Calle 10. Pasaba por la Capilla del Sagrario, rogaba a Dios su protección diaria y iba hacia el Museo Militar, donde en frente se ubicaba su oficina. Era uma mujer hermosa, todos le fijaban mirada por donde pasaba, pues era nítido que no era colombiana, por su manera y caminar diferentes. Era arquitecta, tenía un talento increible, sabía crear y hacer de las dificuldades las mejores oportunidades para ascensión. Trabajaba muchisimo, no salía de la oficina antes de la puesta del sol.
Ella estaba dentro de sus pensamientos, haciendo el planeamiento de un día más de trabajo, portando en los brazos miles de hojas con sus proyectos. Se distraió un rato y un viento fuerte le lamió las hojas sueltas y las hizo volar en medio a la plaza. Las palomas que allí estaban se asustaron con las que todavía bailaban en el aire, volando para lejos, y despues volviendo, sin vergüenza que son. Carla se rió y se puso a recoger las hojas, cada una más lejos que la otra, haciendo un ejercicio mañanero que no costumbraba hacer. Mientras se reía, fue ayudada por un hombre sin que lo percebera.
Cuando terminó, bajandose al suelo para recoger la ultima hoja, la mano del hombre tocó a su brazo. Su risa se cerró como sus ojos. Lo reconoció. La sangre se huyó de su faz, que de rosada se volvió blanca; empezó a temblar y acordar de cosas que ya estaban sepultadas.
Gustavo. Qué diablos este hombre estaba haciendo en Bogotá? No, hagamos la pregunta de nuevo: ¿Qué diablos él estaba haciendo en Colombia, Dios? El temblor de Carla no cesaba. Vinieron a su memoria los mejores y peores recuerdos de su vida al lado de él, en aquellos microsegundos en que miraba la faz ahora sufrida de él.
Él la conoció em Lisboa, ciudad donde ella nació y siempre había vivido. Él era ingeniero civil, argentino, hablaba portugués con dificuldad. Como los dos iban a trabajar en el mismo proyecto, Carla lo ayudó con la lengua, y ya sabemos que el lenguaje del amor es universal. Lo fue a primera vista.
Gustavo sabía que solo iba a quedarse em Lisboa por dos años en aquel proyecto, por eso no empezaron una pareja de inmediato sino al cabo de seis meses. La pasión fue más fuerte que todo, hasta que la compañía porteña lo llamó de vuelta. Él quería quedarse con Carla, y la pidió em matrimonio. Ella no hablaba bien el español, pero cuando su suegra les llamaba al teléfono, ella no la comprendía, y de lejos la madre de Gustavo la ayudaba. Y se fueron así a Buenos Aires.
Tuvieron un hijito, Guillermo, que se murió de leucemia a los dos años de edad. No que hubieran sido malos padres, pero la enfermedad fue tan fulminante que no los dió tiempo de reaccionar, solo pudieron dar al hijo un ratito de vida digno y una muerte serena.
Ah, el dolor de una madre! El peor dolor para un ser humano, la “orfanidad” de un hijo. Carla no fue más la misma. No logró más trabajar, tenía depresión, palpitaciones, trastorno de pánico, fiebre sicológica. Todos los días soñaba con él, a veces él le aparecía llorando, sentiendo el dolor del tratamiento de la leucemia; de otras veces lo veía en el cielo, cándido, como un angelito, diciendo que estaba bien, que Dios le cuidaba y que igual iba a cuidar de su papá y su mamacita amada.
Aún muchos meses despues todos los días Carla visitaba la habitación de Guillermo, lo veía a dormir, acercabase de la camita, pasaba las manos por las sábanas, sentíales el olor, abrazaba las almohadas. Lloraba y volvía a su habitación, donde la esperaba un Gustavo cada vez más seco y sin ganas para nada. Ella no sabía si él estaba así aún por la pérdida del hijo o si ya no la amaba más.
Así lo fue por dos años tras la muerte del niño. A veces Carla estaba tranquilla, calma, a veces se desesperaba, pero luego todo se volvía al normal. Perturbada y cansada, solo tenía en Gustavo y su madre el apoyo que necesitaba para mantenerse viva, pues a veces no tenía ni hambre ni sed.
Carla lo fue superando de poco en poco. Casi tres años despues, cuando pensaba ya estar lista para retomar la vida y trabajar, pila que era, un nuevo golpe se hizo en su vida. Gustavo no suportaba más toda aquella situación. Pidió a Carla que volviera a Portugal, que no podría más quedarse con ella, que ya amaba a otra mujer, que ya se había acostado con la otra. Decía que Carla ahora era una mujer sin vida y sin fuerzas, y que debería irse porque ya no podría más mirarle en sus ojos, porque no aprendió a amarla verdaderamente como lo creía en el comienzo, que todo fue solo pasión, pero ahora ya no más existía.
Ella se quedó en choque. No creía que aquel mismo hombre que le sacó de Portugal, tan cariñoso, inteligente, guapo y gentil la estaba haciendo de idiota. Llegó a pensar que era una broma, solo un juguete de él para intentar salvarles la pareja. Pero no. No podía creer que él la estaba abandonando despues de años juntos enfrentando las dificuldades. Cierto, tras la tragedia los dos no fueron más los mismos. Y eso ya no lo era así. Empezó a pensar en sus valores, había cambiado de país, de cultura, de idioma por este hombre. No creía que hubiera salido de Portugal en vano y dejado a sus padres, amigos, su gente por algo que no valera la pena. No logró hacer nada sino decir a Gustavo que todo bien, que se iba, pero él nunca más volvería a verla. Preparó las maletas y se fue, sin decir a nadie su destino tampoco cuando iría. No lloró en aquel rato, pero en el avión, sí, lloró como un niño. Todo estaba acabado.
Cumplió su promesa no volviendo a Portugal, porque sabía que era seguro si Gustavo se arrepentiera, allí sería el primero lugar en que la buscaría. Fue, entonces, para Sao Paulo, Brasil, donde creía que no tería dificuldades de integración, ya que podería obtener trabajo sin la barrera del idioma. Como era una gran y talentosa profesional y muy pila, luego conoció a dos arquitectas cheveres, que le ayudaron de pronto. Alquilaron un apartamiento pequeño y dividían las cuentas. En un rato las tres ya tenían una oficina propia, y así Carla pudo salir de esse apartamiento para otro mayor y más confortable.
Pero algo decía a Carla que su corazón no estaba en Argentina, Brasil o Portugal. Sabía que no debería volver allá. Rogaba a Dios que le diera una luz, un nuevo trabajo, un nuevo proyecto. Y sabía esperar, sabía que su hora iba a llegar.
Cuando menos lo esperaba, conoció a una ingeniera que le hizo una propuesta irrecusable. Era un proyecto de dos años en Bogotá, con buenas posibilidades de remuneración. Carla no pensó dos veces. Agradeció a las amigas por todo y se fue para Colombia dentro en quince días.
Su corazón se calmó solo al pisar el suelo de El Dorado, en la salida del aeropuerto. Sentió el aire de la montaña, lo respiró profundamente, un sentimiento de paz le invadió el alma. Estaba en el lugar cierto.
Realmente la propuesta de la ingeniera era todo y hasta más de lo que pensaba. La compañía le ofreció buenas condiciones, fue bien recibida por los compañeros de trabajo. Tras un año logró comprar su apartamiento, se enamoró de la ciudad y ahora no la dejaría más. Hubiera encontrado su corazón en aquella gente sencilla y trabajadora de Colombia. Superó a la muerte de Guillermo, la salida de Argentina, la separación de Gustavo. Fue feliz en Brasil, pero ahora lo era aún más en Bogotá. Trabajaba con dedicación y no pensó más en volver a Portugal.
Mientras tanto, la compañía porteña envió a Gustavo para otro trabajo en el extranjero. Desta vez en Colombia. Estaba en Barranquilla y, tras el fin de la obra, ahora estaba en paseo por la capital colombiana.
Cuando Carla se bajó para recoger la ultima hoja, su rostro se elevó en el mismo nivel de lo de Gustavo, que también la recogía. Los ojos de él se llenaron de lagrimas. Ella añadió esta a las otras hojas que ya portaba en el brazo. Él la miró con ternura, le tocaba el brazo, hablaba un portugués nitidamente ya olvidado, con acento porteño, intentando hacerse comprender. Carla solo lo miraba, seria, mientras él hablaba de su amor. Le pidió perdón, quería volver a vivir con ella, sabía que ella era la única mujer a quién verdaderamente hubiera amado. Ella no le dijo nada, no contestó, no lloró. Una mezcla de odio y desprecio le tomó el corazón.
Simón Bolívar les fue testigo. En el corazón de Carla el desprecio crecía aún más. Miró de nuevo a la faz sufrida de Gustavo. Hizo un gesto para que él no la tocara. Salió de su presencia, en disparada por la Carrera 7, dejando que las hojas sueltas volaran por toda la plaza de Bolívar con el gélido viento bogotano de las montañas.
Todos los días Carla iba sola a su trabajo. Empezaba su día así: salía de su casa, un apartamiento sencillo en el centro de la ciudad, seguía la Carrera 9 y cruzaba la plaza hacia la Calle 10. Pasaba por la Capilla del Sagrario, rogaba a Dios su protección diaria y iba hacia el Museo Militar, donde en frente se ubicaba su oficina. Era uma mujer hermosa, todos le fijaban mirada por donde pasaba, pues era nítido que no era colombiana, por su manera y caminar diferentes. Era arquitecta, tenía un talento increible, sabía crear y hacer de las dificuldades las mejores oportunidades para ascensión. Trabajaba muchisimo, no salía de la oficina antes de la puesta del sol.
Ella estaba dentro de sus pensamientos, haciendo el planeamiento de un día más de trabajo, portando en los brazos miles de hojas con sus proyectos. Se distraió un rato y un viento fuerte le lamió las hojas sueltas y las hizo volar en medio a la plaza. Las palomas que allí estaban se asustaron con las que todavía bailaban en el aire, volando para lejos, y despues volviendo, sin vergüenza que son. Carla se rió y se puso a recoger las hojas, cada una más lejos que la otra, haciendo un ejercicio mañanero que no costumbraba hacer. Mientras se reía, fue ayudada por un hombre sin que lo percebera.
Cuando terminó, bajandose al suelo para recoger la ultima hoja, la mano del hombre tocó a su brazo. Su risa se cerró como sus ojos. Lo reconoció. La sangre se huyó de su faz, que de rosada se volvió blanca; empezó a temblar y acordar de cosas que ya estaban sepultadas.
Gustavo. Qué diablos este hombre estaba haciendo en Bogotá? No, hagamos la pregunta de nuevo: ¿Qué diablos él estaba haciendo en Colombia, Dios? El temblor de Carla no cesaba. Vinieron a su memoria los mejores y peores recuerdos de su vida al lado de él, en aquellos microsegundos en que miraba la faz ahora sufrida de él.
Él la conoció em Lisboa, ciudad donde ella nació y siempre había vivido. Él era ingeniero civil, argentino, hablaba portugués con dificuldad. Como los dos iban a trabajar en el mismo proyecto, Carla lo ayudó con la lengua, y ya sabemos que el lenguaje del amor es universal. Lo fue a primera vista.
Gustavo sabía que solo iba a quedarse em Lisboa por dos años en aquel proyecto, por eso no empezaron una pareja de inmediato sino al cabo de seis meses. La pasión fue más fuerte que todo, hasta que la compañía porteña lo llamó de vuelta. Él quería quedarse con Carla, y la pidió em matrimonio. Ella no hablaba bien el español, pero cuando su suegra les llamaba al teléfono, ella no la comprendía, y de lejos la madre de Gustavo la ayudaba. Y se fueron así a Buenos Aires.
Tuvieron un hijito, Guillermo, que se murió de leucemia a los dos años de edad. No que hubieran sido malos padres, pero la enfermedad fue tan fulminante que no los dió tiempo de reaccionar, solo pudieron dar al hijo un ratito de vida digno y una muerte serena.
Ah, el dolor de una madre! El peor dolor para un ser humano, la “orfanidad” de un hijo. Carla no fue más la misma. No logró más trabajar, tenía depresión, palpitaciones, trastorno de pánico, fiebre sicológica. Todos los días soñaba con él, a veces él le aparecía llorando, sentiendo el dolor del tratamiento de la leucemia; de otras veces lo veía en el cielo, cándido, como un angelito, diciendo que estaba bien, que Dios le cuidaba y que igual iba a cuidar de su papá y su mamacita amada.
Aún muchos meses despues todos los días Carla visitaba la habitación de Guillermo, lo veía a dormir, acercabase de la camita, pasaba las manos por las sábanas, sentíales el olor, abrazaba las almohadas. Lloraba y volvía a su habitación, donde la esperaba un Gustavo cada vez más seco y sin ganas para nada. Ella no sabía si él estaba así aún por la pérdida del hijo o si ya no la amaba más.
Así lo fue por dos años tras la muerte del niño. A veces Carla estaba tranquilla, calma, a veces se desesperaba, pero luego todo se volvía al normal. Perturbada y cansada, solo tenía en Gustavo y su madre el apoyo que necesitaba para mantenerse viva, pues a veces no tenía ni hambre ni sed.
Carla lo fue superando de poco en poco. Casi tres años despues, cuando pensaba ya estar lista para retomar la vida y trabajar, pila que era, un nuevo golpe se hizo en su vida. Gustavo no suportaba más toda aquella situación. Pidió a Carla que volviera a Portugal, que no podría más quedarse con ella, que ya amaba a otra mujer, que ya se había acostado con la otra. Decía que Carla ahora era una mujer sin vida y sin fuerzas, y que debería irse porque ya no podría más mirarle en sus ojos, porque no aprendió a amarla verdaderamente como lo creía en el comienzo, que todo fue solo pasión, pero ahora ya no más existía.
Ella se quedó en choque. No creía que aquel mismo hombre que le sacó de Portugal, tan cariñoso, inteligente, guapo y gentil la estaba haciendo de idiota. Llegó a pensar que era una broma, solo un juguete de él para intentar salvarles la pareja. Pero no. No podía creer que él la estaba abandonando despues de años juntos enfrentando las dificuldades. Cierto, tras la tragedia los dos no fueron más los mismos. Y eso ya no lo era así. Empezó a pensar en sus valores, había cambiado de país, de cultura, de idioma por este hombre. No creía que hubiera salido de Portugal en vano y dejado a sus padres, amigos, su gente por algo que no valera la pena. No logró hacer nada sino decir a Gustavo que todo bien, que se iba, pero él nunca más volvería a verla. Preparó las maletas y se fue, sin decir a nadie su destino tampoco cuando iría. No lloró en aquel rato, pero en el avión, sí, lloró como un niño. Todo estaba acabado.
Cumplió su promesa no volviendo a Portugal, porque sabía que era seguro si Gustavo se arrepentiera, allí sería el primero lugar en que la buscaría. Fue, entonces, para Sao Paulo, Brasil, donde creía que no tería dificuldades de integración, ya que podería obtener trabajo sin la barrera del idioma. Como era una gran y talentosa profesional y muy pila, luego conoció a dos arquitectas cheveres, que le ayudaron de pronto. Alquilaron un apartamiento pequeño y dividían las cuentas. En un rato las tres ya tenían una oficina propia, y así Carla pudo salir de esse apartamiento para otro mayor y más confortable.
Pero algo decía a Carla que su corazón no estaba en Argentina, Brasil o Portugal. Sabía que no debería volver allá. Rogaba a Dios que le diera una luz, un nuevo trabajo, un nuevo proyecto. Y sabía esperar, sabía que su hora iba a llegar.
Cuando menos lo esperaba, conoció a una ingeniera que le hizo una propuesta irrecusable. Era un proyecto de dos años en Bogotá, con buenas posibilidades de remuneración. Carla no pensó dos veces. Agradeció a las amigas por todo y se fue para Colombia dentro en quince días.
Su corazón se calmó solo al pisar el suelo de El Dorado, en la salida del aeropuerto. Sentió el aire de la montaña, lo respiró profundamente, un sentimiento de paz le invadió el alma. Estaba en el lugar cierto.
Realmente la propuesta de la ingeniera era todo y hasta más de lo que pensaba. La compañía le ofreció buenas condiciones, fue bien recibida por los compañeros de trabajo. Tras un año logró comprar su apartamiento, se enamoró de la ciudad y ahora no la dejaría más. Hubiera encontrado su corazón en aquella gente sencilla y trabajadora de Colombia. Superó a la muerte de Guillermo, la salida de Argentina, la separación de Gustavo. Fue feliz en Brasil, pero ahora lo era aún más en Bogotá. Trabajaba con dedicación y no pensó más en volver a Portugal.
Mientras tanto, la compañía porteña envió a Gustavo para otro trabajo en el extranjero. Desta vez en Colombia. Estaba en Barranquilla y, tras el fin de la obra, ahora estaba en paseo por la capital colombiana.
Cuando Carla se bajó para recoger la ultima hoja, su rostro se elevó en el mismo nivel de lo de Gustavo, que también la recogía. Los ojos de él se llenaron de lagrimas. Ella añadió esta a las otras hojas que ya portaba en el brazo. Él la miró con ternura, le tocaba el brazo, hablaba un portugués nitidamente ya olvidado, con acento porteño, intentando hacerse comprender. Carla solo lo miraba, seria, mientras él hablaba de su amor. Le pidió perdón, quería volver a vivir con ella, sabía que ella era la única mujer a quién verdaderamente hubiera amado. Ella no le dijo nada, no contestó, no lloró. Una mezcla de odio y desprecio le tomó el corazón.
Simón Bolívar les fue testigo. En el corazón de Carla el desprecio crecía aún más. Miró de nuevo a la faz sufrida de Gustavo. Hizo un gesto para que él no la tocara. Salió de su presencia, en disparada por la Carrera 7, dejando que las hojas sueltas volaran por toda la plaza de Bolívar con el gélido viento bogotano de las montañas.
domingo, 12 de setembro de 2010
César
Eres organizado y yo desorganizada
Eres medico y yo ingeniera siempre aplazada
Eres tranquilo y yo habladora
Eres timido y yo siempre animadora
Eres colombiano y yo en Brasil ahora
Eres cordura y yo la locura
Eres alto y yo no tengo altura
Eres la fuerza y yo la dulzura
Eres preciso y yo soy ternura
Eres del Verde, yo hincha del Conejito
Si te duele la garganta, a mí la manito
Mi barniz incolor lo quieres rojito
Me gusta el jugo, a tí coca cola
Soy torpe y ya sabes como soy
Si rompo todo, la pega te doy
Si no me molesto, me zambulles en una ola
Amo a tu manera, que completa a la mía
Me haces bien, me fascinas, ya eres mío
Mi corazón solo pide un cariño tuyo
Y es así que somos tú y yo
Eres medico y yo ingeniera siempre aplazada
Eres tranquilo y yo habladora
Eres timido y yo siempre animadora
Eres colombiano y yo en Brasil ahora
Eres cordura y yo la locura
Eres alto y yo no tengo altura
Eres la fuerza y yo la dulzura
Eres preciso y yo soy ternura
Eres del Verde, yo hincha del Conejito
Si te duele la garganta, a mí la manito
Mi barniz incolor lo quieres rojito
Me gusta el jugo, a tí coca cola
Soy torpe y ya sabes como soy
Si rompo todo, la pega te doy
Si no me molesto, me zambulles en una ola
Amo a tu manera, que completa a la mía
Me haces bien, me fascinas, ya eres mío
Mi corazón solo pide un cariño tuyo
Y es así que somos tú y yo
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